Hace muchos, muchos meses reservé plaza para alojarme en una celda de un conocido Monasterio de la provincia de Burgos durante estos cuatro últimos días de la Semana Santa. Digo muchos, muchos meses porque ya lo intenté el año pasado y no hubo forma: Había una larga lista de espera. Según me enteré después, en este tipo de estancias suelen alojarse desde escritores, poetas o historiadores en busca de inspiración, documentación o sólo la paz necesaria para ahondar en lo suyo, hasta fieles devotos del costumbrismo cristiano.
Una vez alojado en el Monasterio podré optar por seguir las "horas canónicas" de los monjes (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), es decir, rezar con ellos cada 3 horas, desde las 12 de la noche (maitines) en adelante (laudes a las 3 de la madrugada, prima a las 6, etc), o bien sólo compartir sus horas de comida. Este punto lo tengo claro: elegiré la segunda opción.
Mi intención no es otra que tomarme estos cuatro días de reclusión voluntaria a modo de experimento personal: No pienso escribir, ni leer, ni escuchar música, ni usar mi teléfono móvil, ni mucho menos internet. Permaneceré allí sin hacer absolutamente nada (tumbado en la cama de mi celda o paseando por el claustro del Monasterio). Sólo quiero probar si realmente soy capaz de prescindir de todo durante ese tiempo sin volverme loco. Saber qué tal me llevo conmigo mismo así, a pelo. Sin distracciones ni artificios.
Escribo esto desde mi casa en Madrid. En apenas siete horas subiré a mi taxi en dirección al Monasterio con un par de mudas, mi cepillo de dientes y el dinero exacto del alojamiento como único equipaje.
¿Seré capaz de resistir cuatro días de reclusión monacal en el más absoluto silencio?
(Escrito por Daniel Díaz en su blog " Ni libre ni ocupado")
Un año de estos me recluiré yo también pero sin tiempo para salir.
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